En Camino a la Extinción

    La Península Ibérica constituye el limite meridional en el planeta de poblaciones nativas de salmón Atlántico.  La progresiva degradación fluvial derivada de la polución orgánica e industrial y otros factores como: la sobrepesca en el río, la aparición de enfermedades infecciosas y la perdida de las zonas adecuadas para la puesta y el desarrollo de los juveniles han llevado a los salmones en España al borde de su extinción.  El declive de esta especie es un síntoma inequívoco de la salud del medio en el que vive.
    Los esfuerzos que las distintas comunidades del Norte Español llevan a cabo para
preservar o reintroducir salmones en aquellas zonas donde ya han desaparecido o su número es escaso, son en su mayoría, superados por intereses económicos particulares que aceleran la destrucción del hábitat.  Por otro lado el dinero, tiempo y la energía de trabajo empleados en este fin han sido dirigidos casi siempre en un sentido equivocado.  Han intentado satisfacer al colectivo del cual reciben mas presiones: los pescadores deportivos.  Ello ha llevado a políticas de gestión preocupadas únicamente por aumentar el número de salmones que se pesquen en el río.  Para ello han dado prioridad sobre cualquier otro tipo de acción a las repoblaciones masivas con individuos procedentes de piscifactorías.   Con este artículo pretendo hacer una reflexión acerca de todo ello.
 

           No es razonable que queramos que hayan salmones en los ríos españoles.

    Si el salmón fuese un pez capaz de tolerar aguas contaminadas, un pez habituado a vivir en cardúmenes de elevadas densidades.  Si fuese un pez cuya supervivencia no estuviera ligada de una forma tan estrecha con el medio en el que vive.  Si además,  fuese un pez sin la necesidad de habitar ríos con longitud accesible desde el estuario a sus cabeceras. Un pez cuyos requerimientos en el periodo de reproducción y en el posterior desarrollo de su descendencia no dependiesen de la pureza y oxigenación de las aguas y del estado de los márgenes.  Entonces sería lógico que quisiésemos todos que hubiesen salmones en nuestros ríos.

    Recientemente alguien me contó que hace mucho tiempo en las noches de Enero en el pueblo de Mier en el río Cares, uno podía ver con la luz de la luna a las parejas de salmones nadar y saltar allá por donde mirase.  Desde las orillas se les veía y oía chapotear  mientras se entregaban con toda su fuerza a la freza.
     ¿No sería acaso mejor que al menos los recordásemos tal y como fueron?  Magníficos peces, que tras un prodigioso viaje oceánico remontaban los cristalinos ríos de la cordillera Cantábrica para alcanzar los frezaderos naturales.
     ¿No es acaso triste el que queramos verlos vivir en nuestros ríos contaminados?

             No se puede ser consecuente y a la vez repoblar de pintos y esguines el río Cares.

    El Duje, uno de sus principales tributarios baja como un autentico canal de excrementos de ganado.  No existen depuradoras en correcto funcionamiento en ninguna de las poblaciones de los márgenes del Cares.  Se ha talado el bosque de ribera en muchos puntos de su recorrido y se han construido escolleras de piedra y cemento.  La escala que existe en la presa de Poncebos además de contener artesas de tamaño incorrecto queda bloqueada por lodos y graba continuamente.  Las decantaciones canalizadas y la regulación de las aguas en la presa son responsables de no mantener los caudales mínimos para que subsistan los peces.  Si todos estos son hechos objetivos, ¿porque echamos esguines al río?.  ¿Para que?.

       Es imposible que cualquier política de gestión tenga éxito si hace principal sujeto de sus
                                            acciones al salmón en lugar de al río.

    Es sencillamente, de sentido común, el pensar que no sirve de nada "el rellenar" continuamente los ríos de peces si estos no se encuentran en las condiciones adecuadas para albergarlos. Ello tan solo nos lleva al aumento de las tasas de mortalidad.
    Es posible que además de no servir para nada bueno las repoblaciones tengan un efecto negativo.  El refugio de los depredadores y la alimentación son los dos factores que limitan la supervivencia de los salmones juveniles en el río.  Al repoblar el río con peces de granja eliminamos estos dos parámetros selectivos.  Se podría argumentar  que en cualquier caso los peces poco dotados morirán nada mas echarlos.  Sin embargo, sabemos que la selección natural actúa de forma especialmente severa en las fases de vida tempranas del salmón,  de forma que peces que hubiesen muerto en el río puesto que su adaptación genética no era la mas adecuada, serán ahora capaces de sobrevivir.  Muy posiblemente alguno de ellos regresará tras el viaje marino, se reproducirá con la población salvaje y pasará a la siguiente generación una carga genética inapropiada.

    A menudo se esgrimen argumentos de carácter global para justificar el lamentable estado de nuestras poblaciones de salmón.  Sin duda, el progresivo calentamiento del planeta y la presión de la pesca comercial en el mar tienen su parte de culpa en toda esta historia.  Sin embargo, es un error común el utilizarlos, para dejar de corregir los efectos negativos que ocasionamos donde nosotros vivimos.
 

Texto: Manu Esteve, Biólogo Marino
 
 

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